El día que nos mostraron la máquina gran parte enchuecó la boca. –Bueno sí, esa es la máquina del tiempo, pero ¿funciona?-, otros bostezaban, alguien escuchaba música en sus estereofónicos; unas más atrás se mimaban entre sí, pero nadie era capaz de abrir los instructivos para activarla.
-Es que está muy vieja…- murmuraban,
-y tiene telarañas….-dijo un alumno,
–profesor-preguntaron varios -¿está usted seguro que funciona?- a lo que el profesor contestó:
-Entiendo que no les dé confianza, pero es la única forma que tenemos de viajar al pasado, no se fijen en si la máquina está vieja, polvosa o llena de telarañas; la máquina funciona. Lo que les debe de interesar es las maravillas que podrán ver y a los poetas que conocerán.
Una voz agregó: - ¿podemos saber a qué época iremos?
-¡Al siglo XIX!- entonces todos nos quedamos callados, minutos después alguien dijo: -pero no cabemos todos- a lo que el profesor contestó: - lo sé, iremos en grupos de cinco-.
Y todos nos entusiasmamos de tal forma que ya sabíamos con quienes queríamos compartir asiento, así se hicieron cuatro grupos de cinco alumnos y dos de cuatro, “las nenas”, “los gánster”, “los gringos”, “los oscuros”, “los rainbow”, “los parásitos”, y otros que se fueron perdiendo en el camino.
En nuestro equipo también tuvimos una pérdida, la coronela se perdió en los laberintos del tiempo y el espacio (y no los borgianos). Aún la extrañamos. Los cuatro que quedamos: Rosas, Rojas, Acotl y Palacios, nos dimos a la tarea de recaudar información y lecturas tan extrañas en lenguaje y significado, que siempre que regresábamos del siglo XIX teníamos que preguntarle al profesor que significaba tal o cual cosa.
Tuvimos fallas mecánicas con la EMINUS, para eso teníamos el manual que consistía en pedalear todos a la vez hasta que “pa´ qué le cuento”; sería justo agregar que nuestro capitán trabajó el doble, sin embargo, toditos tratamos de llevar a cabo la odisea. Incluso para buscarle nombre al equipo tuvimos que descascarar unas cuantas páginas y otras invenciones, por ejemplo: en un principio queríamos nombrar al equipo “Rubén y los acotlnautas” pero era valerse del Premio estudiantil de aprovechamiento; después “Los Rosas Espinoza”, aunque nos pareció burlón; finalmente quedamos de acuerdo que nos llamaríamos “Los parásitos decimonónicos” por aquellos de la sangre del poeta y nosotros succionadores de poesía y otras cosas más ambiguas.
Este es nuestro reporte final donde quisimos exponer lo satisfechos que nos sentimos de ver con nuestros propios ojos al siglo XIX en México, y también vimos que no hemos cambiado del todo, aunque esto signifique un lunes eternizado.
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