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lunes, 21 de junio de 2010

Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano


Al escribir Clemencia, Ignacio Manuel Altamirano tenía la intención de crear una novela que educara al pueblo mexicano. Creía que éste era el medio ideal para mostrar los valores, el carácter y demás cualidades que distinguían a los habitantes de este país y la mejor manera de hacerlo era contraponiéndolas a las actitudes extranjerizantes que tenían ciertos sectores de la sociedad y que habían llegado al extremo en aquella época, poniendo en peligro la soberanía nacional. Altamirano buscaba consolidar una nación exaltando los elementos que la identificaban como tal.
La actitud de menospreciar lo nacional favoreciendo lo extranjero ha sido particularmente criticada en México y ha recibido el nombre de malinchismo, haciendo referencia a La Malinche, mujer que ayudó a Hernán Cortés a acercarse al mundo indígena y a formar alianzas con pueblos confrontados con los aztecas, lo que en parte facilitó su conquista. De modo que La Malinche está asociada a una idea de traición a su pueblo y algo semejante se suele pensar de aquéllos que son tachados como malinchistas. Esta clase de ideología nos ha sido inculcada a muchos de nosotros ya desde la escuela primaria, en la que se enseñaba que los españoles nos habían conquistado, que somos los descendientes de un pueblo de nobles cualidades al que se había masacrado. Esto tiene algo de verdad pero es inexacto ya que tras el proceso de conquista hubo otro de mestizaje y la gran mayoría de los mexicanos somos en realidad descendientes de conquistadores y conquistados.
Es posible considerar que la actitud de algunos personajes de Clemencia es malinchista, al apreciar cierta fisonomía extranjera mientras se hace a un lado al personaje que representa el aspecto físico y los valores liberales mexicanos, Fernando Valle. La crítica que se realiza a este malinchismo, que prefiere específicamente lo francés, es perfectamente justificable en la época de Ignacio Manuel Altamirano pues acababa de ocurrir la invasión a México por parte de Francia y la obra fue escrita como parte de un intento por consolidar una nación que presentaba profundas divisiones internas que la ponían en riesgo. Sin embargo, hoy en día tal actitud defensiva hacia lo extranjero es difícil de sostener pues vivimos tiempos de relativa paz en los que se puede apreciar la cultura o los productos de cualquier país sin que ello genere en nosotros un sentimiento de agresión que nos lleve a reaccionar en contra. Por otro lado, a estas alturas la conciencia que tenemos como parte de una nación ya se encuentra perfectamente cimentada y ello se puede observar desde el acto a la bandera que se realiza cada lunes en varias escuelas hasta las reacciones a la actuación de la selección nacional, que se han visto durante el mundial. La educación ha cumplido con los objetivos de Altamirano y hoy en día nos identificamos plenamente como nación aun cuando pudiera haber más semejanza entre un guatemalteco y un chiapaneco que entre éste y un chihuahueño, por ejemplo. Una vez definida la identidad nacional se puede apreciar lo extranjero sin riesgo de perderla; esto aplica incluso para la invasión más sutil, principalmente económica e ideológica, que hemos sufrido por parte de Estados Unidos desde hace tiempo. Se requeriría un proceso similar al ocurrido durante la conquista de México para destruir, e incluso no del todo, la identidad alcanzada.
Otro factor que llega a neutralizar la actitud reacia a lo extranjero es el proceso de globalización que se vive desde hace tiempo y que se incrementa conforme mejoran los medios de comunicación y de transporte, lo cual permite un mayor flujo comercial y cultural entre las naciones. Sin embargo, a este enriquecimiento cultural ha seguido un proceso que lleva a la uniformidad de los individuos. Se genera una cultura de masas que se encarga de imponer modelos de comportamiento y de apariencia que vende como los ideales a alcanzar. En Clemencia es posible encontrar semejanzas entre tal actitud de las masas y algunos personajes de la novela. Isabel y Clemencia son dos mujeres que se dejan guiar por la apariencias y, por lo tanto, aprecian el éxito, el físico y demás supuestas cualidades de Enrique Flores; a quien en realidad no le importa traicionar a su nación, engañar o afectar a quien sea con tal de alcanzar esa especie de éxito superficial que también es el que tanto se promueve en la cultura de masas actual.
La victoria espiritual de Fernando Valle en la novela, a pesar de su derrota física, parece ya difícil de alcanzar en una época donde el espíritu del individuo se hace desaparecer en pos de tal o cual moda y donde la imitación parece ser el único camino válido para el comportamiento social. La lección final que recibe Clemencia es la que nosotros deberíamos comprender: no amar la superficie reluciente sino al ser interno, y sobre todo a nuestro propio ser interno. Desde este punto de vista, Ignacio Manuel Altamirano sigue educando a los mexicanos, advirtiéndonos los peligros de la superficialidad y los males del arribismo, tan común en nuestra sociedad capitalista.

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